El aceite de oliva no se entiende hasta que lo ves nacer. No hablo de la botella, ni del color del líquido, sino del momento en que una aceituna se parte entre las manos y suelta ese primer aroma que huele a campo, a sol y a trabajo hecho con paciencia.
El aceite de oliva virgen extra empieza ahí, mucho antes del molino. Empieza en la tierra, en los olivos que llevan años —a veces siglos— creciendo al ritmo de las estaciones. Detrás de cada gota hay personas, rutinas, días de cosecha que empiezan temprano y acaban cuando el cuerpo dice basta.
En LA Almazara, ese proceso sigue siendo algo vivo. Aquí no hay prisa, ni grandes máquinas haciendo ruido sin alma. Hay respeto por el árbol, por el fruto y por el tiempo que necesita cada paso. Y cuando ves cómo el aceite sale por primera vez, entiendes que esto no es solo un producto: es una herencia que se cuida.
Este recorrido no pretende darte una lección técnica. Solo quiero que veas cómo algo tan cotidiano tiene detrás una historia enorme. Desde el olivo hasta tu plato.
El valor del aceite de oliva virgen extra
El aceite de oliva virgen extra no es solo algo que se echa en la sartén o sobre una tostada. Es parte de cómo vivimos aquí. Está en el olor del desayuno, en la comida de los domingos, en las manos manchadas de quienes lo recogen. Forma parte del día a día sin que nos demos cuenta.
Hay quien lo ve como un producto más, pero para mucha gente es casi una forma de vida. Es trabajo, paciencia, saber esperar a que la tierra dé lo mejor de sí. Cada gota tiene detrás días de campo, madrugones, manos curtidas y una relación con el olivo que solo se entiende cuando has crecido viéndolos.
Por eso, cuando alguien prueba un buen aceite, no está solo probando sabor: está probando historia. Está probando el tiempo, el clima, el cariño con que se ha hecho. En sitios como LA Almazara eso se nota desde que entras. Aquí el aceite no se fabrica, se cuida. Y eso, hoy en día, vale mucho más de lo que parece.

Pasos para la elaboración del AOVE
Hacer aceite de oliva virgen extra es un proceso que no se puede acelerar. Todo empieza mucho antes del molino, cuando el olivo decide que ya es momento. Cada paso tiene su porqué, y aunque hoy la tecnología ayude, la esencia sigue siendo la misma de siempre: cuidar, esperar y no tener prisa.
1. Del campo al molino: la recolección de la aceituna
El momento de la recolección marca todo. Si se hace demasiado pronto, el aceite será amargo; si se espera demasiado, pierde frescura. Por eso, cuando el fruto está en su punto, el campo se llena de vida. Se escucha el sonido de los mantos, de las varas golpeando suavemente las ramas, de la aceituna cayendo al suelo.
Hoy muchos productores usan sistemas mecánicos, pero lo importante sigue siendo lo mismo: tratar la aceituna con cuidado, sin dañarla, y llevarla al molino lo antes posible. En el aceite, las horas cuentan.
2. La molienda: el primer paso del proceso del aceite
Una vez en el molino, las aceitunas se limpian y se trituran enteras, sin perder nada. En este punto, el olor es inconfundible: mezcla de hierba fresca, hoja verde y fruto maduro.
La pasta resultante se bate despacio, con temperatura controlada, para que el aceite se separe sin perder calidad. Aquí no hay atajos. El secreto está en mantener la pureza del producto y en no dejar que el calor estropee lo que el campo ha hecho bien.
3. Decantación, batido y extracción: donde nace el aceite
De la pasta sale el oro líquido. A través de un proceso de decantación o centrifugado, el aceite se separa del agua y de los restos del fruto. Es el momento más esperado. Ver cómo cae el primer chorro, espeso y brillante, sigue siendo emocionante, incluso para quien lo ha visto mil veces.
Aquí nace el aceite de oliva virgen extra, sin aditivos, sin mezclas, solo zumo natural de aceituna. Es, literalmente, el corazón del olivo hecho líquido.
4. Envasado y conservación: mantener la pureza del aceite
Una vez obtenido, el aceite se guarda con cuidado. La luz y el calor son sus enemigos, así que se almacena en depósitos de acero inoxidable, en lugares frescos y oscuros.
De ahí pasa a las botellas o latas, listas para llegar a las cocinas. Parece un paso menor, pero no lo es: conservar bien el aceite es lo que mantiene su aroma, su color y su sabor intactos.
En sitios como LA Almazara, este proceso se vive con respeto y cariño. Cada campaña es diferente, y cada aceite cuenta una historia. Si quieres verlo con tus propios ojos, puedes visitar el Museo del Aceite, donde todo esto se explica y se vive muy de cerca.
Y si te interesa conocer cómo cambia el sabor o la calidad según el tipo de aceite, puedes leer más sobre los distintos tipos de aceite de oliva.
Donde la tradición se hace experiencia: visita al Museo del Aceite en LA Almazara
Hay cosas que solo se entienden cuando se ven. Escuchar cómo cae la aceituna sobre el manto, oler el aceite recién hecho, tocar el tronco rugoso de un olivo… Todo eso no se explica en palabras. En LA Almazara, se vive.
El Museo del Aceite no es un museo cualquiera. Aquí las piezas no están detrás de un cristal: se tocan, se huelen, se prueban. Caminas entre máquinas antiguas, prensas de otro tiempo y espacios donde todavía se respira trabajo del campo. Los guías lo cuentan sin prisas, como quien habla de algo suyo, algo que ha visto toda la vida.
Al final, lo que uno se lleva no es solo el sabor del aceite, sino la sensación de haber estado cerca de algo real. De haber entendido, aunque sea un poco, lo que significa vivir del olivo.
Y si te apetece seguir descubriendo la vida tranquila del campo andaluz, puedes combinar la experiencia con un poco de turismo rural: un paseo entre olivos, una comida bajo el sol, un día sin reloj. Venir a LA Almazara no es solo hacer una visita. Es volver a lo esencial.